Día 1
Eloy dio unos pasos por su celda y tanteo las paredes de carne, sintiendo contra las yemas de sus dedos como aquellas venas se contraían y se volvían a dilatar.
_ 160 pulsaciones por minuto… oh debes estar emocionado por algo.
Literalmente Eloy le hablaba hasta a las paredes. Aquel lugar estaba vivo, y aunque no lo estuviera, el mitad demonio no podía sobrevivir un segundo en el silencio de una habitación. Se concentró nuevamente en las palpitaciones y volvió a contar, 190, 200, 240. Algo grande se aproximaba, siempre que un nuevo “habitante” llegaba a las fauces del castillo, este se contraía en regocijo, demostrando cuanto disfrutaba tener su estómago bien lleno, cuanto lo saciaban los nuevos gritos de dolor y tortura, la sangre fresca, las agonías de sus parásitos. Y Eloy era uno de ellos, tan solo un parasito más, pero no es que aquello le diera en la autoestima, se alegraba profundamente solo ser parte de su “estomago”, sabía que cuanto más alto en aquella especie de criatura ancestral estuviera, cuanto más cerca de la torre que simulaba ser su “cabeza”, peor eran los castigos, los gritos, podía oírlos a todas horas en lo alto del “cuello”. Aquellas voces siempre cambiaban, aquellos demonios duraban muy poco.
Comenzó a sentir una presión muy fuerte en el tobillo, y sin poder evitarlo cayó al suelo de rodillas, una mano esquelética comenzó a reptar por su pantorrilla, clavándole las uñas que aun poseía en su carne putrefacta, rasgándole la ropa, abriendo su piel hasta que la sangre tiño toda la zona. Eloy no se sorprendió, solo se quedó a la espera de su nuevo castigo, aquel dolor era leve, y ya sabía por experiencia que ninguna tortura en aquel lugar seria leve.
Pero la mano se detuvo, los dedos se alargaron mientras los restos de la piel podrida caían al suelo, los huesos se convirtieron lentamente en un material muy parecido al acero, y de lo que en la antigüedad hubiera representado su muñeca, comenzaron a crecer eslabones. Uno a uno la cadena se fue alargando hasta pasar a atreves de las costillas que simulaban los barrotes de la celda. Eloy se incorporó, observando el suelo empapado con su propia sangre y su pantalón rasgado, teniendo debajo su nueva tobillera metálica.
_ Porque mierda siempre me tienen que arruinar la ropa?
Pateo la pared con su pierna encadenada sin importarle el estado de la misma, pero justo en el momento en que su pie estaba en alto, un tirón de la cadena lo arrojó al suelo, cayendo de espaldas en el mismo, cerró los ojos con fuerza. Y al abrirlos, un demonio con un bozal lo observaba fijamente, con el extremo de aquella cadena esposado en su muñeca.