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#julio cortázar – @habitantes-oazj on Tumblr
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H A B I T A N T E S

@habitantes-oazj / habitantes-oazj.tumblr.com

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virginiagarm
Buenas noches. “Serénese, aquiétese, relájese. Sonría levemente. Experimente asombro por estar vivo, por sentir, por pensar… Mire, toque, escuche, asómbrese más y más. Respire ese aire de composición perfecta, que tanto necesita y que nunca le faltó. Mantenga encendida la gratitud alimentándola con esos incontables milagros cotidianos. Recuerde: corrió por una playa, le regalaron un cachorro, recibió un primer beso. Piense en sus amigos, en sus amores, en sus mascotas. Piense en sus padres y en sus hijos… Ahora no piense más. Bien, esa es la emoción. Experimente esa serena alegría, reténgala, recuérdela. Mientras permanezca en ese estado el Universo celebrará con usted colmándolo de bendiciones. El desafío es conservar la felicidad aún sin cachorro, sin besos y sin playa: ante todo descarte inmediatamente el dolor por lo que pasó y la preocupación por lo que vendrá. Y luego, para que nunca le falte, comparta su felicidad generosamente con todos los demás.” Julio Cortazar “Instruciones para sentirse bien”
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Hasta entonces no se había enamorado de sus amantes; algo en él lo llevaba a tomarlas demasiado pronto como para crear el aura, la necesaria zona de misterio y de deseo, para organizar la cacería mental que alguna vez podría llamarse amor. Con Valentina había sido igual, pero en los días de separación, en esos últimos atardeceres de Roma y el viaje a Florencia, algo diferente había estallado en Adriano. Sin sorpresa, sin humildad, casi sin maravilla, la vio surgir en la penumbra dorada de Orsanmichele, brotando del tabernáculo de Orcagna como si una de las innumerables figurillas de piedra se desgajara del monumento para venir a su encuentro. Quizá sólo entonces comprendió que estaba enamorándose de ella. O quizá después, en el hotel, cuando Valentina había llorado abrazada a él, sin darle razones, dejándose ir como una niña que se abandona a una necesidad largamente contenida y encuentra un alivio mezclado con vergüenza, con reprobación.

En lo inmediato y exterior Valentina lloraba por lo precario del encuentro. Adriano seguiría su camino unos días más tarde; no volverían a encontrarse porque el episodio entraba en un vulgar calendario de vacaciones, un marco de hoteles y cócteles y frases rituales. Sólo los cuerpos saldrían saciados, como siempre, por un rato tendrían la plenitud del perro que termina de mascar y se tira al sol con un gruñido de contento. En sí el encuentro era perfecto, cuerpos hechos para apretarse, enlazarse, retardar o provocar la delicia. Pero cuando miraba a Adriano sentado al borde de la cama (y él la miraba con su boca de labios gruesos) Valentina sentía que el rito acababa de cumplirse sin un contenido real, que los instrumentos de la pasión estaban huecos, que el espíritu no los habitaba. Todo eso le había sido llevadero e incluso favorable en otros lances de la hora, y sin embargo esta vez hubiera querido retener a Adriano, demorar el momento de vestirse y salir, esos gestos que de alguna manera anunciaban ya una despedida.

La barca - Julio Cortázar

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leohades
Un fama es muy rico y tiene sirvienta. Este fama usa un pañuelo y lo tira al cesto de los papeles. Usa otro, y lo tira al cesto. Va tirando al cesto todos los pañuelos usados. Cuando se le acaban, compra otra caja. La sirvienta recoge los pañuelos y los guarda para ella. Como está muy sorprendida por la conducta del fama, un día no puede contenerse y le pregunta si verdaderamente los pañuelos son para tirar.—Gran idiota —dice el fama—, no había que preguntar. Desde ahora lavarás mis pañuelos y yo ahorraré dinero

Pañuelos; Historia de Cronopios y de Famas / Julio Cortázar (via leohades)

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/ Escrito casi nada sobre gatos, cosa más bien rara porque gato y yo somos como los gusanitos del Yin y el Yang interenroscándose (eso es el Tao) y no se me escapa que cada gato en español es amo de las tres letras del Tao, con la g a manera del agujerito que dejan en los ponchos las mujeres de los indios navajos para que no se les quede el alma prisionera en el tejido; pero ya Kipling mostró que el gato walks by himself y no hay Tao ni prosa mágica que lo retenga más allá de sus horas y sus ánimos / W. Adorno no anduvo muchas veces por las páginas de Saignon, hay que explicar que su Yin y mi Yang (o al revés, según las lunas y las hierbas) se fueron amistando y entrelazando sin el menor contrato, sin eso de que te regalan un gatito y vos le das la leche y entonces el animal desenvuelve reflejos condicionados, arma su territorio y duerme en tus rodillas y te caza los ratones, el triste pacto de las viejas con sus gatos, de las gatas con sus viejos. Nada de eso, mi mujer y yo vimos llegar a Teodoro por el sendero que baja al ranchito y era un gato sucio y canalla, negro debajo de la ceniza polvorienta que mal le tapaba las mataduras, porque Teodoro con otros diez gatos de Saignon vivía del vaciadero de basuras como cirujas de la quema, y cada esqueleto de arenque era Austerlitz, los Campos Cataláunicos o Cancha Rayada, pedazos de orejas arrancadas, colas sangrantes, la vida de un gato libre. Ahora que este animal era más inteligente, se vio en seguida cuando nos maulló desde la entrada, sin dejar que nos acercáramos pero dando a entender que si le poníamos leche en una aceptable no cat’s land condescendería a bebérsela. Nosotros cumplimos y él entendió que no éramos despreciables; salvamos por mutuo acuerdo tácito la zona neutralizada, sin tanta Cruz Roja y Naciones Unidas, una puerta quedó entornada con dignidad para no ofender orgullos, y un rato después la mancha negra empezó a dibujar su espiral cautelosa sobre las baldosas rojas del living, buscó una alfombrita cerca de la chimenea, y yo que leía a Paco Urondo escuché por ahí el primer mensaje de la alianza, un ronroneo confianzudo, entrega de cola estirada y sueño entre amigos. A los dos días me dejó que lo cepillara, a la semana le curé las mataduras con azufre y aceite; todo ese verano vino de mañana y de noche, jamás aceptó quedarse a dormir en casa, qué te creés, y nosotros no insistimos porque pronto nos volveríamos a París y no podíamos llevarlo con nosotros, los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse, gato de la pintura, jamás Jackson Pollock o Appell / día que nos fuimos, sentimiento de culpabilidad inevitable: ¿y si se había ablandado, si tanta leche y fideos y arrumacos lo dejaban en desventaja frente a los duros de la quema, los machazos de orejas recortadas y costumbres de tropas de asalto? Nos miró irnos, sentado en la parecita de piedra, limpio y brillante, comprendiendo, aceptando. Ese invierno pensé tantas veces en él, lo di por muerto, hablábamos de Teodoro con la voz de la elegía. Vino el verano, vino Saignon, cuando fui a vaciar por primera vez la basura vi de nuevo el salto vertiginoso de ocho gatos al mismo tiempo, barcinos y blancos y negros pero no Teodoro, su corbatita blanca inconfundible en tanto azabache. Previsiones confirmadas, selección natural, ley del más fuerte, pobre animalito. A los cinco o seis días, cenando en la cocina, lo vimos sentado detrás del vidrio de la ventana, fantasma lunar y Mizoguchi. Su boca dibujó un maullido que el vidrio volvía cine mudo; a mí se me mojaron los ojos como a un imbécil, abrí la ventana y le tendí prudentemente la mano, sabiendo lo que ocho meses de ausencia liman y destruyen en una relación. Se dejó tomar en brazos, sucio y enfermo, aunque ya en el suelo se vio que estaba huraño y distante, que reclamaba su comida como un mero derecho; se fue casi en seguida con esa manera suya de acercarse a la puerta y maullar como si le estuvieran aplastando el alma. A la mañana siguiente ya jugaba por ahí, manso y alegre, pronto al cepillo y al azufre. Al otro año fue lo mismo pero entonces tardó casi un mes en reaparecer, castigándonos, haciéndonos sentir su muerte, remordiéndonos; pero vino, más flaco y enfermo que nunca, y ése fue el tercero y último año de la vida pagana y alegre de Teodoro W. Adorno, la época en que lo fotografié y escribí sobre él y volví a curarlo de algo que parecía una indigestión de pelos, aparte de que Teodoro se enamoró y eso lo tenía completamente estúpido, se paseaba por la casa con la cabeza en alto y gimiendo, por la tarde cruzaba el jardín como en un trance, flotando entre los tréboles, y una vez que lo seguí discretamente lo vi descender el sendero que llevaba a una de las granjas del valle y perderse en un atajo, gimiendo y llorando, Teodoro Werther, arrasado de amor por alguna gata de escabroso acceso. ¿Qué destino tuvo ese idilio entre la lavanda de Vaucluse? El de Juan de Mañara, no el de Werther: lo comprendí este año, después de dos meses de Saignon con la ausencia irrefutable de Teodoro. ¿Muerto, esta vez sin duda decididamente muerto, la garganta abierta por alguno de los taitas del vaciadero, pobrecito Teodoro tan débil y enamorado y esas cosas? / once y media es la mejor hora para comprar el pan y de paso despachar las cartas y vaciar la basura; subí el sendero sin pensar en nada, como casi siempre en el momento de las revelaciones (a estudiar una vez más cómo toda distracción profunda entreabre ciertas puertas, y cómo hay que distraerse si no se es capaz de concentrarse) / por expreso y ésta por avión, allez, au revoir monsieur Serre, un pan redondo y caliente, charla con monsieur Blanc, cambio de nociones meteorológicas con madame Amourdedieu, de golpe la manchita de sombra bajo el derroche amarillo del mediodía, la puerta de mademoiselle Sophie, la mancha de sombra ovillada delante de la puerta, no puede ser, cómo va a ser, qué diablos va a ser, de día todos los gatos son negros y además cómo es posible que el gran pagano esté tomando el sol delante de la puerta de mademoiselle Sophie pequeñita y jibosa y señorita y sacristana de Saignon, con anteojos y sombrero y una boca perdida entre una nariz que baja y un mentón que sube, Teodoro, Teodoro! Le pasé al lado y no me miró, dije despacito: Teodoro, Teodoro chat, y no me miró, Juan de Mañara había entrado en religión, vi el platito de leche y el hueso de una costilla tan frágil como las de mademoiselle Sophie, las raciones de una vida minúscula de ratoncito de iglesia con olor a jabón barato y a cirios, Teodoro convertido, bautizado, ignorándome, preparándose para la vida eterna, convencido de tener un alma, quizá de nochedurmiendo en la casa, la última de las humillaciones, la penitencia final, yo pecador él que jamás aceptaba una puerta cerrada y ahora las rodillas puntuadas de mademoiselle Sophie, las carpetitas bordadas, las oraciones y los ronroneos al mismo tiempo, la vida cristiana en una aldea provenzal. ¿Y el Tao, y los amores, y esa manera de jugar con las pelotas de papel que hacíamos con los suplementos dominicales de La Nación? / vuelto a ver dos o tres veces y nunca me reconociste y está bien porque tampoco yo te reclamaré, con qué derecho podría, vos el más libre de los gatos paganos y el más prisionero de los gatos católicos, tendido delante de la puerta de tu sacristana como un perro que la defiende. Ah Teodoro, qué bonito era verte bajar por el sendero, la cola al aire, gimiendo por tu gatita entre la lavanda, qué dulce era encontrarte otra vez cada año, el día en que se te antojaba, la noche de luna que elegías displicente para saltar a la ventana y quedarte unas horas con nosotros antes de volver a tu libertad que como tantos de nosotros has cambiado por una jubilación de gato, por el cielo que te tienen prometido.

La entrada en religión de Teodoro W. Adorno, Julio Cortázar. (via palidassombrasdenombresolvidados)

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CASI NADIE VA A SACARLO DE SUS CASILLAS

El caballo relincha, el perro ladra, la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos rectos, la sopa, la conciencia, el alcaucil, después del dos el tres, después del hoy, mañana, casi nadie lo sacará de sus casillas. Casi nadie ni nada, porque ¿cómo tomar en serio esos latidos en que el sueño es acceso, esas miradas de insoportable lucidez en un tranvía, eso que ahora dice: Huye, pero al final, al fin y al cabo, no era más que un gajo de naranja reventado en la boca? ¿Cómo tomar en serio que una puerta dé a la tristeza cuando el arquitecto la abre al pasillo, que unos senos dibujen paralelos sus jardines cuando es la hora de ir a la oficina? Imposible negar las evidencias dice el doctor y dice bien, inútil sacar de sus casillas al honesto almanaque, San Rulfo, Santa Tecla, San Fermín, la Asunción, el caballo relincha, el perro ladra, casi nadie le ofrece en una esquina un pedacito suelto de bicicleta o trompo, casi nunca es verano en pleno invierno por razones de estricta pulimentada lógica, hay que ser lo que se es o no ser nada, y nada lo sacará de sus casillas, nadie lo sacará, y si un caballo ladra no lo sabremos nunca, porque los caballos no ladran. Bastaría un apenas, un no quiero, para empezar de otra manera el día, hervir la radio con las papas y a cada chico darle un cocodrilo para que huela a miedo en las escuelas, sacar los muertos a que tomen aire, meter las mitras en la mayonesa, actividades subversivas, claro, pero otras cosas hay; fusiles corren por las picadas, Sudamérica crece en su selva hacia la aurora, de tanto arroz bañado en sangre nacerá otra manera de ser hombre. No cito más que apenas estas cosas, saco de sus casillas a unos cuantos que todavía creen en la poesía encasillada en su vocabulario lleno de compromisos con lo abstracto. La suma de los ángulos de un triángulo, los caballos no ladran, dice el doctor, y dice bien.

Julio Cortázar.

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CASI NADIE VA A SACARLO DE SUS CASILLAS

El caballo relincha, el perro ladra, la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos rectos, la sopa, la conciencia, el alcaucil, después del dos el tres, después del hoy, mañana, casi nadie lo sacará de sus casillas. Casi nadie ni nada, porque ¿cómo tomar en serio esos latidos en que el sueño es acceso, esas miradas de insoportable lucidez en un tranvía, eso que ahora dice: Huye, pero al final, al fin y al cabo, no era más que un gajo de naranja reventado en la boca? ¿Cómo tomar en serio que una puerta dé a la tristeza cuando el arquitecto la abre al pasillo, que unos senos dibujen paralelos sus jardines cuando es la hora de ir a la oficina? Imposible negar las evidencias dice el doctor y dice bien, inútil sacar de sus casillas al honesto almanaque, San Rulfo, Santa Tecla, San Fermín, la Asunción, el caballo relincha, el perro ladra, casi nadie le ofrece en una esquina un pedacito suelto de bicicleta o trompo, casi nunca es verano en pleno invierno por razones de estricta pulimentada lógica, hay que ser lo que se es o no ser nada, y nada lo sacará de sus casillas, nadie lo sacará, y si un caballo ladra no lo sabremos nunca, porque los caballos no ladran. Bastaría un apenas, un no quiero, para empezar de otra manera el día, hervir la radio con las papas y a cada chico darle un cocodrilo para que huela a miedo en las escuelas, sacar los muertos a que tomen aire, meter las mitras en la mayonesa, actividades subversivas, claro, pero otras cosas hay; fusiles corren por las picadas, Sudamérica crece en su selva hacia la aurora, de tanto arroz bañado en sangre nacerá otra manera de ser hombre. No cito más que apenas estas cosas, saco de sus casillas a unos cuantos que todavía creen en la poesía encasillada en su vocabulario lleno de compromisos con lo abstracto. La suma de los ángulos de un triángulo, los caballos no ladran, dice el doctor, y dice bien.

Julio Cortázar.

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Es así cómo de encuentro en encuentro, de charla en charla, han derivado a la soledad de la pareja en la multitud, un poco de política, novelas, ir al cine, besarse cada vez más hondamente, permitir que su mano baje por la garganta, roce los senos, repita la interminable pregunta sin respuesta.

“Las armas secretas” - Julio Cortázar. (via viejaculturafrita)

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Soy yo, soy él. Somos, pero soy yo, primeramente soy yo, defenderé ser yo hasta que no pueda más. Atalía, soy yo, Ego. Yo. Diplomada, argentina, una uña encarnada, bonita de a ratos, grandes ojos oscuros, yo. Atalía Donosi, yo. Yo. Yoyo, carretel y piolincito. Cómico.

Rayuela, Julio Cortázar. (via viverapidomuereviejo)

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O bien, para ser más modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y hermosos?

Julio Cortázar, “Algunos Aspectos del Cuento” (via casa-de-citas)

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Se creen sabios porque han juntado un montón de libros y se los han comido. Me da risa, porque en realidad son buenos muchachos y viven convencidos de que lo que estudian y lo que hacen son cosas muy difíciles y profundas. En el circo es igual, y entre nosotros es igual. La gente se figura que algunas cosas son el colmo de la dificultad, y por eso aplauden a los trapecistas, o a mí. Yo no sé qué se imaginan, que uno se está haciendo pedazos para tocar bien, o que el trapecista se rompe los tendones cada vez que da un salto. En realidad las cosas verdaderamente difíciles son otras tan distintas, todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento. Mirar, por ejemplo, o comprender a un perro o a un gato. Esas son las dificultades, las grandes dificultades.

Julio Cortázar, El Perseguidor (via casa-de-citas)

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Julio Cortázar - Si he de vivir

Si he de vivir sin ti, que sea duro y cruento, la sopa fría, los zapatos rotos, o que en mitad de la opulencia se alce la rama seca de la tos, ladrándome tu nombre deformado, las vocales de espuma, y en los dedos se me peguen las sábanas, y nada me dé paz. No aprenderé por eso a quererte mejor, pero desalojado de la felicidad sabré cuánta me dabas con solamente a veces estar cerca. Esto creo entenderlo, pero me engaño: hará falta la escarcha del dintel para que el guarecido en el portal comprenda la luz del comedor, los manteles de leche, y el aroma del pan que pasa su morena mano por la hendija.

Tan lejos de ti como un ojo del otro, de esta asumida adversidad nacerá la mirada que por fin te merezca.

.- Julio Cortázar - Si he de vivir

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Se creen sabios porque han juntado un montón de libros y se los han comido. Me da risa, porque en realidad son buenos muchachos y viven convencidos de que lo que estudian y lo que hacen son cosas muy difíciles y profundas. En el circo es igual, y entre nosotros es igual. La gente se figura que algunas cosas son el colmo de la dificultad, y por eso aplauden a los trapecistas, o a mí. Yo no sé qué se imaginan, que uno se está haciendo pedazos para tocar bien, o que el trapecista se rompe los tendones cada vez que da un salto. En realidad las cosas verdaderamente difíciles son otras tan distintas, todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento. Mirar, por ejemplo, o comprender a un perro o a un gato. Esas son las dificultades, las grandes dificultades.

Julio Cortázar, El Perseguidor (via casa-de-citas)

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Antepongo minuciosamente las palabras a la realidad que pretenden describirme, me escudo en consideraciones y sospechas que no son más que una estúpida dialéctica. Me parece comprender por qué la plegaria reclama instintivamente el caer de rodillas. El cambio de posición es el símbolo de un cambio en la voz, en lo que la voz va a articular, en lo articulado mismo. Cuando llego al punto de atisbar ese cambio, las cosas que hasta un segundo antes me habían parecido arbitrarias se llenan de sentido profundo, se simplifican extraordinariamente y al mismo tiempo se ahondan.

Julio Cortázar, El Perseguidor (via casa-de-citas)

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