Sir Lawrence Alma-Tadema, A Reading from Homer
The Ghosts of Paolo and Francesca Appear to Dante and Virgil - Ary Scheffer (1855)
Recuerdo que la primera vez que leí la Divina Comedia me topé con estos trágicos y enternecedores amantes.
En resumen, Francesca de Rímini fue una una noble italiana de la Edad Media que contrajo matrimonio con Gianciotto Malatesta de Rímini por razones políticas que convenían al padre de ésta. Francesca se sintió atraída por el hermano menor de Gianciotto, Paolo, de quien se hizo amante, pero cuando su marido descubrió el romance que ambos mantenían en secreto, los asesinó. Este trágico destino fue inmortalizado por su contemporáneo, Dante Alighieri, en La Divina Comedia colocándola junto a su amante en el segundo círculo del Infierno, destinado a los pecadores por lujuria; pero a su vez siendo conmovido e intentando justificar y ejemplificarlos como símbolos del amor.
A continuación les dejo un fragmento del Canto V se esta obra maestra:
No existía luz en aquel lugar. Vientos contrarios desgarraban su espacio, adversarios mares siempre sin tregua.
Se sentía el rumor del gemir en agonía en el aire, tristes itinerarios de dolor, puñales sanguinarios en dura lucha y en tenaz porfía.
Y supe que allí estaban los que niegan a la razón, siguiendo el apetito de la pasión del cuerpo al que se entregan.
Y su pasión, sin rumbo ni sentido, se ha convertido en vendaval maldito, muerto el placer y el corazón perdido.
¡Como las bandas de los estorninos llegado el tiempo frío y el desdeño, y el terrible huracán!...
El blando sueño ya no tiene lugar: secos espinos aguardan la carnaza, desatinos de sangre y plumas, y el que fue dueño de su volar, hoy gime en el empeño de evitar el puñal.
Los dulces trinos hoy son gritos de horror. Así llevaban los vientos a las almas que en hilera, sollozaban, gemían, blasfemaban, y sus llantos se tornan en aullidos sobre la horrenda sima, bramadera donde se sorben todos los gemidos.
—Maestro, yo querría conversar con ésos que al mirarlos, me parecen vilanos en el aire, cuando crecen los cardos y es el tiempo de soñar...¡tan leves son!… ¿qué han hecho para estara quí?... tan tiernos que enternecen...
—Llámalos —dijo—, tu piedad merecen. Mira, no su pecado, su pesar. Ellos se acercarán cuando les llegue el remolino que les encadena, escucha de sus labios triste historia y sabrás cómo, a veces, una pena hace que, ciego, el corazón se niegue, encerrada en un punto su memoria.
—¡Vosotros! que miraros me estremece, enredados, no heridos, triste vuelo teñido de dolor y desconsuelo, ¡venid!, si el viento oscuro no lo empece.
Ellos se me acercaron, enmudece ver dos palomas en ausente cielo empañados sus ojos por un velo que impide al corazón y entenebrece el alma.
Tú, que miras nuestra herida, dijo ella — él sólo sollozaba—, un instante nos ata, es imposible borrarlo, no tenemos otra vida que él. Todo allí empieza y acaba para nosotros. Y oye lo indecible: “¡No hay mayor dolor, en la miseria, que recordar el tiempo de la dicha!”, tu Maestro conoce esta desdicha, y bien lo sabe… Triste, la materia muere…, la vida, fulgurante feria, se apaga... El alma se encapricha y se resiste a abandonar la ficha de su juego.
Ignora cuán seria es su elección: “Un libro, aquel pasaje cuando el hombre, mudo de embeleso, besa como nadie hizo jamás. Solos..., mi casto amigo, dulce paje, puso en mis labios su encendido beso…Y aquella tarde no leímos más” “Aún me tiembla la sangre derramada por injusto puñal que nos dio muerte, en venganza de honor. Fue nuestra suerte pasión ante la ira arrebatada. Pero más triste y dolorosa espada, aquel instante, dulce, que tan fuerte nos enredó. Aquí somos inerte recuerdo, donde el alma, atribulada, nada quiere esperar. Porque, imborrado, siempre lloramos el placer perdido que nos azota en viento yermo y yerto.”
—¡Qué sutil es la tela del pecado!
Y lleno de piedad, perdí el sentido y caí en tierra como un cuerpo muerto.